La novela

Aplaudan al salir es una novela inquietante donde los personajes se mezclan con los actores que los interpretan, y donde el mundo se convierte en un escenario del que no se puede escapar.

La trama de la novela profundiza en lo extraño y, en ella, la vida se confunde con el teatro. Las paredes, las luces, las casas, las propias calles son escenario, y las personas no son más que simples líneas de diálogo. Es una historia sobre una realidad que es falsa y sobre una persona atrapada en esa realidad. Trata sobre el terror de esa persona ante un mundo que no hace más que repetirse y sobre los comportamientos planos y repetitivos que nadie cuestiona y nadie más ve, y que le hacen plantearse si él mismo es real. Y también trata de alguien más que es consciente de todo lo que ocurre pero que no quiere salir, sino que observa cómo el protagonista va cayendo en esa trampa, y lo disfruta.

En la novela conviven saltos de dentro afuera del guión, conversaciones de actores y de personajes, e incisos teatrales entre las escenas narrativas. Es una novela ágil de tema y estructura sorprendentes, de la que, una vez comenzada, el lector no podrá ni querrá escapar.

Lee aquí el primer capítulo:



Sinopsis
Sergio se da cuenta de que su vida se ha convertido en un círculo de repeticiones constantes. Sus amigos representan siempre la misma escena, su psicoanalista parece que escucha pero solo dibuja garabatos en su libreta, su casa se desmenuza ante sus ojos como si estuviera fabricada en cartón piedra, y los desconocidos conspiran para que todo le salga mal. Las luces se apagan en un acto y se encienden en el siguiente, llevándolo de uno a otro para que no escape. Es inevitable, el guión debe seguirse hasta el final, sea cual sea. Después, el público aplaudirá y saldrá de la sala, y la vida de Sergio habrá dejado de existir.


Cuatro fragmentos
Miró de reojo el cartel de la estación, pero estaba borroso. Hacía un esfuerzo sobrehumano por respirar, sólo pensaba que necesitaba salir de allí y recuperar la realidad, sólo salir de allí, sólo necesitaba eso, sólo eso, por favor. Se arrastró por los pasillos apoyándose en las paredes y sintió pasar colores a su lado: amarillo, azul, marrón, rojo, verde. Eran los colores de las paredes, quizás, pensó, o de carteles publicitarios, o incluso los colores de las personas. También escuchaba sonidos deslizándose a toda velocidad a su alrededor. Todo se deshacía delante de sus ojos, pero él siguió avanzando. Hasta que llegó a un lugar oscuro y vacío.

Se mareó y, por un momento, todo quedó a oscuras. Sólo escuchaba un clac, clac, clac en su cabeza. Podía venir de arriba, de detrás o de abajo, no lo sabía. Era un ruido similar al de alguien escribiendo de manera frenética en un teclado (como el de este ordenador). Después se detuvo y escuchó una tos y suspiros de cansancio  y frustración.
Silencio.
Tras un rato, escuchó de nuevo las teclas. Cuando Sergio se frotó los ojos y miró alrededor tratando de ver bien, el sonido desapareció y todo volvió a estar iluminado. Vio el salón con desconchados en las paredes, el televisor apagado, las ventanas viejas y el sofá roto. Sólo fue capaz de preguntarse si alguien le estaría gastando una broma pesada, aunque no sabía cómo podría haberlo hecho. En cualquier caso le pareció fascinante, porque al menos era algo nuevo. Se acercó a las paredes intentando captar de nuevo ese sonido. Pero ya no estaba.

También contaban que Sergio casi se crió solo, que le dejaban el biberón en la cuna rodeado por unas fotos de tamaño natural de sus padres, y que de alguna forma él terminaba bebiéndoselo, e incluso pasándoselo bien.

El salón estaba dispuesto de una forma muy peculiar. El sofá, la lámpara y la panorámica desde la ventana formaban una especie de pequeño escenario montado para fijar la atención sólo en ese trozo de forma que pareciera que todo el salón estaba decorado. Sin embargo, en cuanto se apartaba la mirada de ese escenario, se veía el resto totalmente desolado; más que desolado, sin hacer. Paredes bastas, con ladrillo y vigas al descubierto. Cables de la luz colgando por todas partes. Suelo sin embaldosar. Todo para que, al mirar, uno se fijara sólo en la parte decorada. "Lo importante para la foto", pensaba siempre Aldo.